Jamás hubiera imaginado ser el fotógrafo de una boda en el Rocío.
Nunca, hasta que Esteban y Paloma me propusieron ser yo quien inmortalizara sus días más felices. Y digo bien, porque fue un fin de semana inolvidable. Tanto para ellos como para todos los que fuimos testigos de esos momentos.
Todo comenzó un viernes a mediodía. Los invitados empezamos a llegar a la fiesta de bienvenida que los novios ofrecieron en la casa de la Peña Los Romeritos. Ya había estado en esa casa, pero ese día tenía una luz y un ambiente diferente. Se respiraba alegría, pero contenida, serena. Como si todos estuvieran esperando el día siguiente para dar rienda suelta definitivamente a sus sentimientos. Y con esa tranquilidad fue pasando la hora del almuerzo. Llegó la tarde, las copas, la noche y el cante.
Pero todo terminó mucho antes de lo que todos hubiésemos querido. La noche y los corazones invitaban a más. Las cabezas, y mi novia, algo más sensatas, hablaban de levantarse temprano. De peluquería y de maquillaje para ellas, de ducha y afeitado para ellos. Y de un duro día en el que mezclar trabajo, amistad y diversión para mi. Y así la fiesta se fue dejando morir, sabiendo que al día siguiente nadie podría escapar de ella en una boda que todos llevábamos tiempo esperando.
El día de la boda
Llegó el sábado. Esteban vino a buscarme para llevarme a la casa donde había pasado la noche junto a su familia, Rocieros de Sanlucar de Barrameda. Resultó curioso comprobar como íbamos por el camino encontrándonos a invitados de la boda en sus distintos quehaceres mañaneros. Unos en el estanco. Otros, un poco más allá, desayunando. Otros volviendo de ver a la Virgen del Rocío. Y después de pararnos con casi todos y de que de todos nos fueramos despidiendo con un “ahora nos vemos”, llegamos a la casa. Allí Esteban fue ayudado a vestirse por las mujeres de su familia. Su madre, tías, abuela, primas… Cada una puso su granito de arena para que el novio fuera perfecto. Fue un momento grande el que viví en esa casa. Así lo recuerdo, desde la distancia de estos meses que han pasado.
Allí dejé a Esteban. Y desanduve el camino para volver al hotel, donde Paloma me estaba esperando junto a su familia. Ya estaban terminando de maquillarla cuando llegué. “¡Otra vez de boda! ¡Ya es la segunda hija que me casa este fotógrafo!”, le soltó Manoli al peluquero que estaba terminándola de arreglar. Y llegó el momento de que la novia se vistiera, y fiel a como es ella, no tuvimos más remedio que echarnos unas risas con las mil ocurrencias que salían su boca. Me despedí de ella hasta que la volviera a ver en la Ermita.
De la emoción de la ceremonia, de las lágrimas asomando de los novios y de los que no eran los novios, de la Virgen del Rocío, de la marisma, del convite, de la fiesta, y de todo lo demás no voy a hablaros. Os dejo con las fotografías, que van a saber contaros mejor que yo todo lo que se vivió en aquella boda el primer fin de semana de octubre. El fin de semana en el que se casaron mis amigos.